15 de abril de 2007

Negro despertar

Negro despertar

La mención de un despertar no es fortuita, la noción de transferencia se generó en un cruce entre el soñar y la experiencia clínica... La labor analítica consiste en librar la transferencia de la tiranía neurótica que fija una significación excluyente para lo que en su fundamento es multiplicidad y variedad rítmica. Cuando acontece las ocurrencias alcanzan el swing, oscuro pulsar del cuerpo erógeno. Despejando la cancel del significado, la oreja debe orientar su escucha hacia la síncopa en el despertar mestizo de la transferencia, que sacudiendo la modorra nos incita a valorar su inefable perla lograda con desechos, restos de la vida diurna y el rítmico pulsar de la noche inconsciente.

Por Carlos D. Pérez





Quizá debido a la difusión sufrida por el psicoanálisis, el lenguaje popular se impregnó de sus conceptos enrareciendo muchas veces –o casi todas– su especificidad. No es necesario que alguien haya frecuentado el diván para que proclame de otro que es narcisista, ni qué decir de las calificaciones de histérica (generalmente adosado a una dama) u obsesivo (ídem a un caballero), a tal punto que no me sorprendería encontrar en las puertas de los baños de un bar de Villa Freud especificaciones de este tipo para uno y otro sexo. En fin, nuestra disciplina no podía quedar al margen de la globalización, que llena de aire casi cualquier cosa.
Con la noción de transferencia también ocurre, no pocas veces escucho en el consultorio que alguien diga que tiene conmigo una buena o mala transferencia y ni qué decir de las difundidas transferencias de trabajo. No estará de más, por lo tanto y a pesar de lo mucho escrito, poner nuevamente a trabajar la transferencia.

Para comenzar, es preciso advertir que el propio Freud la menciona de maneras diversas. Es conocida la definición que acuña en el historial de Dora , cuando a la pregunta “¿Qué son las transferencias?” responde: “Reediciones o productos facsímiles de los impulsos y fantasías que han de ser despertados y hechos concientes durante el desarrollo del análisis y que entrañan como singularidad característica de su especie la sustitución de una persona anterior por la persona del médico”. Parece claro, no obstante, más que de impulsos y fantasías debe tratarse del pulsar de fantasías que reeditan escenas. ¿Habría que despertarlas o despiertan solas? ¿Qué es un despertar? ¿En qué consiste una fantasía? Ni bien nos detenemos un poco nos salen al encuentro una serie de problemas que la aparente simpleza de la cita disimula.
La mención de un despertar no es fortuita, la noción de transferencia se generó en un cruce entre el soñar y la experiencia clínica. Freud había pensado titular Los sueños y la histeria al “caso Dora”, le resultaba apropiado para evidenciar cómo la interpretación onírica se entretejía en el curso del tratamiento, permitiéndole develar el sino de los síntomas. Y a la inversa. Al escribir el libro sobre los sueños señala que su concepción de los sueños le había sido proporcionada por el análisis de las neurosis.
No sólo de la persona del analista vive la transferencia, Freud la encuentra tanto en la producción de síntomas como de sueños. En el historial de Dora infiere que un síntoma de la paciente consistía en transferir a la realidad del síntoma la fantasía inconsciente de haber dado un “mal paso”. El concepto se extiende en la afirmación de que los síntomas histéricos son transferencias que viajan de lo anímico a lo corporal, y que las obsesiones e ideas delirantes consisten en ideas reforzadas por transferencia y deformadas por la censura. Al ocuparse del proceso onírico llega a la conclusión de que durante la vigilia o en el estado de reposo el deseo inconsciente efectúa transferencias hacia los restos diurnos.
A la pregunta por la transferencia podemos contestar, por lo tanto, que consiste en los múltiples modos que adquiere una formación inconsciente cuando se torna conciente valiéndose de ideas, del cuerpo erógeno, de la referencia al analista o a otros como singulares restos convertidos en soportes transferenciales. Si lo transferido compete al deseo, es preciso que forme la trama de su vehículo: la fantasía. A tal punto que sólo mediante una fantasía es posible la transferencia, y toda fantasía es un portavoz transferencial.

Entre los conceptos del psicoanálisis, la fantasía ocupa un lugar especial por tratarse de un mestizo –la metáfora es de Freud–: su razón de ser es inconsciente, la grilla preconciente su posibilidad de existencia y entre ambos se tensa el arco transferencial. Por esto, las fantasías presentan paradojas: resultan un refugio que se distancia y se opone a la realidad, pero también son portadoras de lo real psíquico, a tal punto que resulte difícil y hasta inútil pretender discriminar lo uno de lo otro. No poco esfuerzo le costó a Freud darse cuenta, a pesar de que tempranamente le confiara a su amigo Fliess aquello de “no creo más en mi neurótica”, en razón de que para lo inconsciente es verdad la ficción poblada de afecto. Tuvieron que pasar más de quince años, hasta llegar al historial del “hombre de los lobos”, en el que apostó a la realidad de la escena del coito entre los padres que el paciente habría presenciado de muy pequeño, para que luego advirtiese que se trataba de una formación de fantasía y concluyera que “en cuanto a este punto es indiferente considerar la escena como una escena primaria o tan sólo como una fantasía primaria” ; ese “tan sólo” evidencia las fichas apostadas a la realidad fáctica de la escena. Todo a pesar de lo que testimoniara en cartas a Fliess en la etapa más productiva de su autoanálisis, allá por 1897, cuando una y otra vez postuló que las fantasías son el modo de establecer significaciones a partir de escenas reales productoras de restos desconcertantes, y por eso las fantasías hunden sus raíces en lo inconsciente-incognoscible, con tal intensidad que Freud infiere que alcanzan el saber ancestral de la dotación instintiva.
Lo primitivo fue deslizando su acento desde escenas supuestamente acontecidas al real intangible de las formaciones de fantasía. Nótese que tenemos restos a dos puntas, que son origen y fin: unos promueven el fantaseo, los otros, a la manera de los restos diurnos soportan las transferencias en su devenir conciente. Para decirlo con las concisas palabras de Freud, cuando refiere el carácter “mestizo” de las fantasías: “Entre las ramificaciones de los impulsos inconscientes… existen algunas que reúnen en sí las determinaciones más opuestas. Por un lado presentan un alto grado de organización, se hallan exentas de contradicciones, han utilizado todas las adquisiciones del sistema Cc. y apenas se diferencian de los productos de este sistema; pero, en cambio, son inconscientes e incapaces de conciencia. Pertenecen, pues, cualitativamente, al sistema Prec.; pero, efectivamente, al Inc. Su destino depende totalmente de su origen” .
Estas ramificaciones están estratificadas, ya que hay fantasías primitivas u originarias, de limitado repertorio, e innumerables derivaciones. Las primeras refieren la noticia de haber asistido al acto sexual entre los padres, la temprana seducción, la castración como amenaza, la permanencia en el interior materno. De ellas deriva toda arborescencia en la producción ficcional. Los historiales de Freud son elocuentes al respecto, también el ejercicio analítico en cada consultorio.

Habitualmente, lo primitivo se nos ocurre como algo precario, elemental. Si los primitivos habitaban chozas de barro o usaban arco y flechas debía ser así. Pero no, a tal punto que el primitivismo de las tribus africanas desarrolló la música más compleja, entendida rítmicamente, que es posible concebir. Los intentos de comprenderla cometieron largamente el error de colocarla en la perspectiva del canon europeo, con lo que resultaron ajenos a la compleja trama de relaciones temporales polimétricas y polirítmicas. Si una mente europea piensa en poliritmia la concibe como dos o más secuencias que coinciden verticalmente en los comienzos y finales de frase o en las barras del compás, mientras el africano la desarrolla de modo más radical, polimétrico: las frases raramente y a veces nunca coinciden verticalmente. Uno de los motivos de destacar esto es que el ritmo es la clave del placer, cuestión en la que Freud desembocó una y otra vez sin resolverla. Para la mente occidental, la música selecta es una abstracción, aún recuerdo la mirada reprobadora de un amigo cuando en un palco del Colón se me ocurrió acompañar con el pie la ejecución de la Novena Sinfonía de Mahler, dirigida por Claudio Abbado. Para un africano, en cambio, no hay música sin la inmediatez del cuerpo que acompasa el vaivén de las tareas; las palabras destacan su musicalidad conjugando ritmos singulares. Música, danza, pintura, escultura integran el movimiento que despierta la vida en sus diversas expresiones: nacimiento, trabajo, juego, erotismo, muerte. A tal punto que no existe la palabra “arte” en los idiomas africanos.

Con la escritura sucede algo que va en paralelo a lo precedente: la escritura lineal, atenta a la fonética, proviene de otras, carentes de linealidad. Sin haberse impuesto como feliz superación de lo abigarrado se produjo, según Derrida “una guerra y un rechazo de todo aquello que se resistía a la linealización. Y, ante todo, de lo que Leroi-Gourhan llama ‘mitograma’, escritura que deletrea sus símbolos en la pluridimensionalidad: en ella el sentido no está sometido a la sucesividad, al orden del tiempo lógico o a la temporalidad irreversible del sonido”. Atento al cuerpo mitográfico de las formaciones inconscientes, Freud las comparó con la escritura jeroglífica egipcia: “Las interpretaciones del psicoanálisis son, en primer lugar, traducciones de una forma expresiva extraña a nosotros a otra familiar a nuestro pensamiento. Cuando interpretamos un sueño no hacemos sino traducir del ‘lenguaje del sueño’ al de nuestra vida despierta un cierto contenido mental… Teniendo en cuenta que los medios de representación del sueño son principalmente imágenes visuales y no palabras, habremos de equipararlos más adecuadamente a un sistema de escritura que a un lenguaje. En realidad, la interpretación de un sueño es una labor totalmente análoga a descifrar una antigua escritura figurada, como la de los jeroglíficos egipcios. En ambos casos hallamos elementos no destinados a la interpretación, o respectivamente, a la lectura, sino a facilitar, en calidad de determinativos, la comprensión de otros elementos. La múltiple significación de diversos elementos del sueño encuentra también su reflejo en estos antiguos sistemas gráficos… El lenguaje de los sueños es la forma expresiva de la actividad inconsciente; pero lo inconsciente habla más de un solo dialecto” .

Cuando los negros fueron traídos a América como esclavos, debieron adecuarse a los usos y costumbres de sus señores; sin renunciar a su cultura produjeron un formidable sincretismo. En lo concerniente a la música terminaron apropiándose de los desechos de las bandas de origen europeo: trompeta, clarinete, trombón, tuba… Adosándoles cocos cortados al medio, sopapas de goma y hasta sombreros a las campanas de salida hicieron del sonido algo dirty, próximo a gruñidos e interjecciones de la voz humana, así como en el canto inventaron el scat gracias al genio de Armstrong, y dieron cause a la gran música del siglo XX, el jazz, música negra no sólo por la piel de los ejecutantes sino por la espesa negritud de las inflexiones del sonido. La primitiva polirritmia africana generó el rasgo distintivo del jazz: su inigualable síncopa, que a contrapelo acentúa los tiempos débiles produciendo lo que resiste a cualquier notación en pentagrama porque es el ombligo de esa música, el swing. Así fue como Duke, el más noble de los Ellington anunció, desde la cátedra de su piano: It don’t mean a thing if I’aint get that swing.

Las fantasías deben aceptar el imperativo que dicta sus normas, ligadas a la secuencia de la palabra, para volverse concientes, pero tengamos presente lo mentado como carencia de sucesividad, de temporalidad cronológica, modos de volver elocuente que en lo inconsciente la determinación es profusa y por lo tanto abierta a múltiples significaciones. Freud compara este devenir con una obra maestra de hilandería y cita unos versos de Goethe: “se entrecruzan mil y mil hilos, / van y vienen las lanzaderas, / manan invisiblemente las hebras / y un único movimiento establece mil enlaces” . Por eso, “las ideas latentes descubiertas en el análisis no llegan nunca a un límite y tenemos que dejarlas perderse por todos lados en el tejido reticular de nuestro mundo intelectual” .
Es preciso leer con cuidado la famosa aseveración de Freud, aquella del “pedir para no recordar”. Suponiendo que escribiría “repetir” puse la palabra “pedir” y no quise corregirla, se me impuso que el repetir neurótico es un reiterado pedir de escasas variaciones; con esto adelanto mi lectura cuando Freud afirma: “la transferencia no es por sí misma más que una repetición y la repetición, la transferencia del pretérito olvidado, pero no sólo sobre el médico, sino sobre todos los demás sectores de la situación presente” . La labor analítica consiste en librar la transferencia de la tiranía neurótica que fija una significación excluyente para lo que en su fundamento es multiplicidad y variedad rítmica. Cuando acontece las ocurrencias alcanzan el swing, oscuro pulsar del cuerpo erógeno. Despejando la cancel del significado, la oreja debe orientar su escucha hacia la síncopa en el despertar mestizo de la transferencia, que sacudiendo la modorra nos incita a valorar su inefable perla lograda con desechos, restos de la vida diurna y el rítmico pulsar de la noche inconsciente.
La oscuridad amanece. Negro despertar.

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