Esto abrió, mágicamente, una nueva imagen sobre la cuestión. Por supuesto que también aparecieron varios fundamentos sobre la importancia que tiene saber qué están queriendo alcanzar aquellos que nos acompañan en algún proyecto, pero creo que es fundamental, para cada uno de nosotros, saber lo que nosotros estamos buscando. A partir de allí, es posible trazar planes y corregirlos a medida que avanzamos y vamos obteniendo resultados.
En un momento de bastante confusión de mi horizonte personal, mi terapeuta me regaló una tarjeta con una frase de Ben Stein. “El primer paso en la vida, indispensable para conseguir lo que queremos es este: decidir qué queremos”. Aún conservo la tarjeta y mi recuerdo por aquella persona que me acompañó durante unos años de intensa búsqueda personal. Es una frase simple y encierra la complejidad de ir desmarañando aquello que nos permite sentirnos en camino hacia un espacio elegido, aceptando que podemos desconocer cuál es el adecuado. A lo sumo podemos suponer cuál es el conveniente dentro de un puñado de alternativas para enfrentar a la incertidumbre del futuro. Lo fundamental es poder elegir alguno entre varios.
Caminando los otros días con Enrique Mariscal, uno de mis maestros de vida, me decía: “mi actual proyecto es escribir sobre lo simple y qué difícil que resulta. Se trata de hacer pensar a los otros, y a mi mismo, desde un lugar diferente”. Mi opinión es que lo viene haciendo desde hace tiempo y muy bien por cierto.
Lo obvio, muchas veces permanece oculto entre creencias que venimos sosteniendo sin habernos preguntado nunca sobre su validez. Las damos por sentadas y no nos damos cuenta que guían nuestros pensamientos y nuestras acciones. Las atesoramos sin saber que lo hacemos. Cuando somos conscientes de ello podemos revisar si aún siguen siendo útiles o si nos están ayudando en la actualidad para lograr aquello que deseamos alcanzar.
Otro maestro de vida, Miguel Angel Tomasini, ante un comentario quejoso mío referido a llegar a la “vereda de enfrente” me dijo: “La verdad es que yo creo que la mejor forma de cruzar la calle, es ir hasta la esquina, es mas seguro y uno ve las cosas de una forma distinta. Querer cruzar en el medio del tránsito es peligroso y a veces es mejor no cruzar, quedarse en ese lugar, tanto tránsito y el apuro, nos puede costar un accidente. Además, es posible que la circunstancia nos lleve a replantearnos que tal vez, y sólo tal vez, en lugar de cruzar la calle, tenemos que ir a la vuelta de la manzana o seguir por la misma calle a ver que otra cosa veo”.
Otra vez enfrentado a lo simple, a lo obvio. Es en esos momentos cuando la mirada de alguien nos puede aportar una nueva manera de mirar lo que estamos mirando. Nos abre un sendero que solamente nosotros podemos recorrer con una conciencia diferente a la de antes. Es a lo largo de ese recorrido que irán apareciendo resultados, circunstancias, hechos, que nos irán aportando nuevos elementos para evaluar si lo que estamos haciendo nos conduce a donde nosotros estamos queriendo llegar. No siempre el camino más corto es el indicado.
Aparecen acá la intención, el pensamiento o trazado de un plan y la acción concreta, el ponernos en marcha para ir evaluando lo que vamos recogiendo, lo que sucede a lo largo del trayecto.
Incluso, y esto es lo curioso, vamos dándonos cuenta que aquello que buscábamos se puede ir transformando en algo diferente. Comenzamos a sospechar que en realidad no vamos a ninguna parte para acomodarnos allí, sino que la vida es una sumatoria de recorridos continuos. Metas alcanzadas para convertirse en partida de nuevos recorridos hacia nuevas metas…
Clarificar su objetivo y posición personal, para mi amigo, es mucho más importante que la posición de sus circunstanciales compañeros de ruta. Si ninguno está comprometido con su propia búsqueda y con su propio recorrido él quedará preso de otros. Sin darse cuenta se convierte en un dependiente de los demás, postergando su protagonismo. Lo que suele ser peor aún, es que en esas circunstancias creemos que estamos siendo protagonistas de nuestro presente.
Dice Enrique Mariscal en su libro La jardinería Humana: “En el instante presente están el pasado y el futuro. El futuro es inventable, no inevitable, se construye con lo que hacemos hoy”.
La tentación de quedarnos en el mismo lugar en el que estamos, incluso con marcada insatisfacción, es muy grande. Es lo que conocemos, nos fuimos acomodando, no nos exige ninguna acción diferente a la que venimos emprendiendo. Esto se agrava cuando nos regocijamos con la queja y nos creemos que tenemos el derecho de exigirles a los otros que nos aclaren sus posiciones, para así, recién, decidir lo que haremos.
Para llegar a la esquina tengo que ponerme en marcha, tengo que abandonar la quietud que me permite, mientras tanto, quedarme en el mismo lugar. Al dar una vuelta a la manzana o caminar por la misma calle tengo que estar atento para ver lo que va aconteciendo. Sólo así puedo decir que estoy en marcha, sólo así voy a sentir profundamente que estoy en marcha. Sólo así lograré la coherencia del decir y del hacer. Así lograré que coincidan la palabra y el acto.
Enrique tiene mucha razón, es muy difícil escribir sobre lo simple. También es cierto que es muy difícil usar lo simple como punto de partida de nuestro pensar cotidiano.