por León Trahtemberg (Lima, Perú, 1951) es ingeniero por la Universidad Nacional de Ingeniería (Perú) y Master en Administración de Empresas por la Universidad del Pacífico. Además, realizó una especialización en Administración de la Educación en la Universidad de Lima y obtuvo un Magister en Educación en la Universidad Hebrea de Jerusalem. Es profesor y director general del Colegio León Pinelo y consultor sobre temas relacionados con la educación. Colabora regularmente con publicaciones de su país y del extranjero, principalmente en cuestiones relacionadas con su especialidad. leon.trahtemberg@eliberoamericano.com
En el año 2003 en China se graduaron 700 mil ingenieros mientras que en EE.UU. solo 60.000. Por oferta y demanda, las bajas remuneraciones pagadas en China e India empujarán a la baja las remuneraciones de los profesionales de alta calificación de nuestros países. Eso obligará a nuestros jóvenes a re-identificar las áreas de actividad en las que tenga sentido formarse profesionalmente.
Desde 1978 China crece al 9.5% al año. Empezó produciendo bienes de baja tecnología y escasa exigencia de calificación en la mano de obra, pero paulatinamente se ha ido sofisticando y actualmente ya ha incursionado en los productos de alta tecnología. Teniendo capital y recursos humanos, solo requiere de materias primas para seguir creciendo. Actualmente absorbe 7% del petróleo mundial, 31% del carbón, 25% del aluminio, 27% del acero y 40% del cemento. Diversos políticos y empresarios de la región han visitado recientemente China para fortalecer vínculos. Su vicepresidente Zeng Qinghong visitó hace poco Perú, Argentina, Brasil, Chile, etc. porque su gobierno quiere asegurarse la provisión de materias primas, para lo cual quiere invertir en grandes proyectos de producción e infraestructura en esta región.
China es actualmente la gran succionadora mundial de materias primas y a su vez la gran proveedora de bienes para los mercados mundiales, lo que tendrá además un fuerte impacto en el mercado laboral mundial. El profesor Richard B. Freeman de la Universidad de Harvard ha señalado que la globalización ha llevado a uniformar el mercado laboral planetario, lo que ha traído como consecuencia “la gran duplicación” de la masa laboral global, que ha pasado de 1.46 mil millones de personas en el año 2000 a 2.93 mil millones en el 2004, debido principalmente a los aportes adicionales de trabajadores de China 760' India 440' y el ex bloque soviético 260'. (“Punto de Equilibrio”, U. del Pacífico, Lima, febrero del 2005)
Los trabajos baratos de baja calificación que el mundo requiere ya los aportan China e India, pero además estos países están incrementando paulatinamente la provisión de recursos humanos de alta calificación: de 100 millones de universitarios en el mundo 15% son de EE.UU. pero 38% son de China y Rusia. En el año 2003 en China se graduaron 700 mil ingenieros mientras que en EE.UU. solo 60,000. Por oferta y demanda, las bajas remuneraciones pagadas en China e India empujarán a la baja las remuneraciones de los profesionales de alta calificación de nuestros países. Eso obligará a nuestros jóvenes a re-identificar las áreas de actividad en las que tenga sentido formarse profesionalmente. Posiblemente resulte cada vez más ventajoso orientarse hacia la aventura empresarial, la que les puede abrir mejores opciones de ingresos que las que tendrían siendo solamente profesionales.
La otra dimensión de esta expansión planetaria de China como consumidor y a la vez proveedor de bienes producidos con un bajo costo de mano de obra, es la presión a la baja de los precios de las importaciones que por un lado benefician a los consumidores finales, pero a la vez afectan los intereses de los industriales nacionales que deben competir con productos importados más baratos. La reacción de los industriales en varios países latinoamericanos ha sido la de proponer la reducción de los costos laborales para así bajar precios, es decir reducir vacaciones, gratificaciones, indemnizaciones por despido y hasta aumentar las horas de la jornada laboral.
En algunos países lograrán su objetivo, aunque la disputa va a ser muy dura dependiendo de la fortaleza de los sindicatos y de su capacidad de sostener los argumentos de que solo brindando mejores condiciones de trabajo podrán volverse más productivos. Además, plantearán que hay muchos costos laborales que no dependen de ellos pero que podrían reducirse como son los costos financieros (intereses bancarios) los costos de procesamiento de la exportación (puertos) los sobre costos por utilizar tecnologías obsoletas, los costos por impuestos y aranceles a los bienes de capital, los costos por las trabas e ineficiencias burocráticas, etc. Por lo demás, todo indica que muchas veces la reducción de los costos laborales no se traduce en una reducción de los precios al consumidor sino en un aumento de ganancias para el industrial.
Sin embargo, más allá de ello, así como EE.UU. le impone condiciones a nuestros países para comprar nuestros productos, lo mismo está empezando a hacer China, por lo que tendremos que aprender a lidiar con ellas procurando no perder la soberanía en las políticas económicas y comerciales. Eso hace imprescindible que nuestros países se pregunten si queremos ser los “pisados” de las potencias mundiales, o intentaremos identificar los bienes y servicios cuya explotación nos permitiría generar ventajas. Para ello resulta fundamental reconocer que la gran herramienta del desarrollo de China, India y los países socialistas europeos y la única que puede ayudarnos a competir de igual a igual es la educación.
Hasta hace poco, las clases políticas y empresariales vivían con la ilusión de que bastaba con que sus hijos estudiasen en colegios privados y en universidades de elite nacionales o extranjeras para tener resuelto su problema educativo. Sin embargo, la competitividad de los países depende cada vez más de las masas de trabajadores de mediana calificación, que si no están formados para pensar creativamente, entender los negocios, adecuarse a la cultura de calidad, dominar la tecnología, etc. jamás podrán alcanzar los niveles de productividad de sus pares asiáticos. Por lo visto, no hay escapatoria a la mayor inversión en la infancia y en la educación pública.