Las casualidades |
Consultor y conferenciante de Káleidom ISB Friedrich Nietzsche decía: "En un invento, lo esencial es la casualidad; lo malo es que pocas personas se topan con ella". En efecto, el progreso técnico y científico ha dado grandes pasos fruto de la casualidad. Más exactamente, de la feliz coincidencia de una casualidad y alguien que la identificara e intuyera aplicaciones valiosas. Así ocurrió en la aparición del telescopio, las vacunas, la penicilina, los rayos X, el velcro, el teflón, el horno de microondas, las cerillas, el celuloide y un sinfín de innovaciones. Con este canto a la casualidad no invitaré, desde luego, a inhibir facultades y esfuerzos en espera de una combinación favorable de circunstancias...; pero sí me sumo a quienes predican una mayor atención a lo inesperado o imprevisto, mientras despliegan búsquedas, estudios, investigaciones. Diversos pensadores nos han advertido de que debemos aprovecharla mejor:
Al relacionarla con la innovación en las empresas hablamos de "serendipidad", que viene a ser la facultad de los individuos que, receptivos a la casualidad, hacen de la misma inferencias valiosas, deducciones que contribuyen a la ampliación de los campos del saber y a la innovación. Con este término (también decimos "serendipia"), nos referimos no sólo a la catálisis de la casualidad, sino asimismo a la intuición, la sagacidad, la perspicacia que conduce a aplicaciones valiosas. En ocasiones resulta difícil distinguir los descubrimientos reconocidos como serendipitosos de los hallazgos e innovaciones de naturaleza puramente intuitiva: tal es el caso de las revelaciones mediante sueños (la estructura de la molécula del benceno, la máquina de coser de Howe...). Unas veces nos parece que la intuición aparece por casualidad, y otras que la casualidad dispara nuestra intuición...; de modo que no sorprende el vínculo que subrayan diferentes expertos, sin menoscabo de la complejidad del fenómeno intuitivo. Recordemos un caso curioso. En verdad, la casualidad se materializa a veces de forma singularmente curiosa: por ejemplo, confundiendo, por su pronunciación, test y taste. Una confusión que también podría haberse dado en castellano, si uno tiene unos polvos delante y le dicen que los pruebe... Leslie Hough estaba, en 1976, clorando azúcar en busca de un insecticida eficaz. Tras unas determinadas proporciones en la mezcla de una solución de azúcar con cloruro de sulfurilo (altamente tóxico), Hough pidió a su ayudante, un estudiante en prácticas, que lo probara (test). El atrevido estudiante se llevó una muestra a la lengua (taste) y declaró que aquello era extremadamente dulce. Al parecer, Hough quedó horrorizado por el accidente y, poco después y en no menor medida, sorprendido por el resultado: un compuesto 600 veces más dulce que el azúcar. Ya en los años 90, tras numerosos ensayos para detectar posibles efectos dañinos, empezó a distribuirse como edulcorante sin calorías, bajo la marca Splenda. Al parecer, algunos otros edulcorantes surgieron igualmente de la casualidad, contando siempre con alguien que confiara en las posibilidades de la sustancia correspondiente; así había ocurrido un siglo antes con la propia y más conocida sacarina, obtenida por Constantine Fahlberg. En definitiva, quería traerles este mensaje: analicemos las casualidades, por si llevaran escondida una aplicación valiosa. |